“La sierra había quedado privada del verde manto que antes la cubría, y sólo algunos manchones de pino se salvaron como por milagro. Entonces las aguas de lluvia se precipitaban por las laderas, asurcando profundamente el terreno y originando rápidas y devastadoras avenidas. Decididos a cortar el mal, durante veinte años se plantaron árboles y más árboles en aquellas descarnadas cumbres, en sus ásperos declives y entre las ariscas breñas”.
Estas palabras, escritas en abril de 1914 por Ricardo Codorníu a la memoria de Baldomero Guillén, vigilante mayor de Espuña y persona muy querida por los ingenieros de montes que aquí trabajaron, resumen no sólo cómo se encontraban las laderas de estas montañas cuando hace ya más de un siglo dio comienzo su restauración hidrológico-forestal, sino también la magnitud del esfuerzo que durante dos décadas dedicaron a esa tarea.
Tras numerosos estudios y mediciones de campo, redacción de proyectos, adquisiciones de terrenos y laboriosos trámites administrativos, en junio de 1891 tenía lugar el auténtico inicio de las repoblaciones forestales. Siembras, plantaciones e incluso la diseminación natural fueron las principales estrategias que sirvieron para enraizar los primeros miles de árboles que ahora nos envuelven. A la vez, kilómetros y kilómetros de pequeños muretes o el levantamiento de robustos diques, junto con la construcción de caminos, viveros y casas forestales contribuyeron para siempre el paisaje de Espuña.
Pero ¿cómo se hizo todo esto? Y, sobre todo, ¿por qué fue necesario hacerlo? Estas son las claves de una historia que muchas veces se ha contado para adultos y pocas lo hemos adaptado para niños y no tan niños. El cómic pretende romper una lanza en favor de otra forma de conocer esta bella y rica historia de lucha y generosidad por recuperar un legado ambiental que había quedado destruido. Y así fue cómo al final “los árboles crecieron, formando espesos rodales, las aves los poblaron y la sierra se transformó en un paraíso”.