Alhama

Ecosistemas

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Ecosistemas

Dicen los expertos que un ecosistema es un sistema dinámico relativamente autónomo, formado por una comunidad natural y su ambiente físico. Llegan más lejos y “se atreven” a afirmar que la comunidad natural está compuesta por todos los organismos vivos asociados a cada ecosistema, y la llaman biocenosis, y que el ambiente físico es el lugar donde esos organismos desarrollan sus actividades básicas, y le llaman biotopo. Nuestro planeta cuenta con un gran número de ecosistemas diferentes, principalmente organizados en terrestres y acuáticos, donde las más simples diferencias de las comunidades naturales o de los ambientes físicos demuestran que no son algo estático, sino sistemas en constante evolución.

Eso sucede históricamente en la Península Ibérica, más aún en el sureste español, donde a estas alturas ya sabrás que es donde Alhama se encuentra. Esta afirmación se fundamenta en que, además de ser este uno de los rincones del planeta donde más han influido los continuos cambios ambientales globales, también más alteraciones se han producido por la influencia de las numerosas culturas que han discurrido a lo largo de la historia.

Todo este rollo introductorio no nos sirve sino para abordar una idea básica, la de la continua evolución de los ecosistemas, tanto por causas naturales no humanas como por la intervención de nuestra especie. En otras palabras, que nuestros ecosistemas no siempre han sido como hoy se nos presentan, sino que ha habido épocas más antiguas en las que, por ejemplo, el valle del Guadalentín se pareció a una selva tropical y otras en las que se asemejó a un desierto. Más aún, la historia más reciente ofrece numerosos datos de que algunos de nuestros paisajes más habituales no siempre tuvieron la vegetación que hoy contemplamos o incluso que otros, por mucho que nos empeñemos, siempre estuvieron y estarán desprovistos de ella.

Lo que a fin de cuentas es más seguro que “el agua del caño” es que los ecosistemas alhameños son como son a consecuencia de la continua interacción con una de sus especies más oportunistas: la nuestra, la humana. Y si no que se lo digan al bosque de Espuña o a la huerta de Alhama, por decir algunos ejemplos.

Sierra Espuña

¡Ah! No se nos debe olvidar otra idea básica: lo normal es que los ecosistemas no tengan un límite claramente definido, de tal modo que suele resultar difícil precisar donde acaba uno y comienza el siguiente, además de que, por la propia imprecisión del concepto, un ecosistema puede incluir a otros de menor tamaño.

Y todo esto que decimos sucede en esta pequeña porción llamada Alhama del gran pastel ecosistémico que es el planeta Tierra. Pero, sin más, acerquémonos a conocer cuáles son esos ecosistemas alhameños. Por simplificar un poco nos hemos atrevido a organizarlos en cinco tipologías: la montaña, las zonas húmedas, las estepas, los cultivos y, no la olvidemos, la ciudad. Como se puede apreciar, se trata de ecosistemas básicamente terrestres. Alhama cuenta con reducidos (no por ello menos importantes) ecosistemas acuáticos continentales y con ninguno costero o marino.

Dentro de la montaña podemos hablar de lugares tan emblemáticos como Sierra Espuña, Carrascoy o La Muela, aunque también de pequeños cerros y elevaciones que por su estructura vegetal podemos asociarlos al concepto de un monte. Hablamos ahora, por ejemplo, de Las Cabezuelas, o de algunas de las pequeñas colinas de Las Cañadas. La denominación más correcta de este tipo de ecosistema sería la de montaña mediterránea, o mejor aún, bosques y matorrales mediterráneos.

Las zonas húmedas son la antítesis de la característica más recurrente del sureste español: la aridez. Pero precisamente por ello, aún por pequeñas o insignificantes que parezcan, las zonas húmedas ofrecen una importante discontinuidad ambiental que enriquece cualquier mosaico ecológico. Los encharcamientos del río Guadalentín o los desaparecidos ojos del mismo nombre, tuvieron (y tienen donde quedan) un alto valor ecosistémico en esta Región. Incluso los Saladares del Guadalentín, por esa consideración de criptohumedal que veremos más adelante, forman parte de esta tipología de ecosistema en decadencia. En la actualidad, las zonas húmedas han evolucionado desde la naturalidad hacia la artificialidad, aunque aportando nuevos valores ambientales. Hablamos de los numerosos embalses de plástico o de las presas de Algeciras y del Romeral, nuevos ingredientes del “cocido ecosistémico” llamado zonas húmedas.

Las estepas tienen su más claro referente en los citados Saladares del Guadalentín, aunque también un poco en los Barrancos de Gebas. Su tradicional carencia de arbolado les ha hecho padecer el desprecio ciudadano y hemos llegado a convertir algunas de estas zonas en regadíos, vertederos, vías de comunicación o polígonos industriales. Pero las últimas dos décadas de estudios ambientales han demostrado el alto valor ambiental y la importancia para la conservación de la diversidad biológica de las estepas.

Estepas

Los cultivos son como el ecosistema natural más antropizado o el ecosistema antrópico más naturalizado. Hasta comienzos de la segunda mitad del siglo pasado albergaron gran parte de la agrobiodiversidad del sureste español, con altos valores ambientales inducidos por la acción humana que paulatinamente se han ido perdiendo como consecuencia del abandono, la transformación hacia una agricultura industrial o la colonización urbanística.

Por último, está la ciudad, el ecosistema más artificial, repleto de recursos naturales transformados por la mano del hombre y de la mujer, gran consumidor de energía y productor de residuos. Alhama es el paradigma del ecosistema urbano mediterráneo, en continuo crecimiento demográfico y, en consecuencia, territorial. Es, incluso, el ecosistema desde el que se decide el futuro de los restantes ecosistemas. Es, además, el ecosistema construido por y para nuestra especie en el que no hemos podido evitar que se introduzcan otras que, en ocasiones, nos complican la vida.

BIBLIOGRAFÍA:
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Ecosistemas - 1
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