Datos básicos |
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Paisaje Protegido Saladares del Guadalentín, naturaleza esteparia
Los Saladares del Guadalentín integran el tipo más genuino de humedal continental de la Región de Murcia, a la vez que el más alejado de la imagen estereotipada de las zonas húmedas, habiendo sido clasificados como criptohumedales continentales asociados a llanuras de inundación. La estructura de la vegetación natural y la ausencia de una lámina de agua superficial producen un hábitat óptimo para las aves de tipo estepario, apareciendo una comunidad ornitológica relevante a escala nacional y europea. La aparente contradicción ambiental entre subsuelo húmedo y superficie estepárica se resuelve al constatar la intensa dependencia entre ambos subsistemas a través de intensos procesos de evapotranspiración. La alta participación de materiales salinos en estos procesos deviene en un paisaje y vegetación de estepa salina, un ecosistema extremadamente singular a escala europea cuya conservación debe asegurarse.
PORN de los Saladares del Guadalentín
2005
Un extraño humedal estepario
Los Salares, El Salar, El Saladar, Las Salinas, incluso La Calavera, son algunos de los nombres que se han venido usando para referirse a este paraje. Otros como La Alcanara, de claro origen árabe, los Tollos del Puntal o La Mata van por los mismos derroteros, pero definen ámbitos más concretos. En cualquier caso, unos y otros son algunos de los topónimos de ese importante espacio natural conocido como Saladares del Guadalentín. Y es que es precisamente el valle de igual nombre el que cuenta con la mayor y más relevante de esas formaciones a las que hemos definido como criptohumedal[1] interior asociado a una llanura de inundación.
[1] Formación ecológica en la que, aunque no existan manifestaciones de agua en la superficie del terreno, el agua subterránea se mantiene los suficientemente cerca del nivel del suelo como para constituir una anomalía paisajística y albergar formaciones vegetales freatófilas (GONZÁLEZ BERNÁLDEZ, F. 1987).
Como se puede apreciar, se trata de áreas de pendiente escasa o nula, a veces de carácter endorreico o semiendorreico, situadas en la parte más deprimida de las extensas zonas aluviales del Valle. En la actualidad, estas áreas se encuentran muy fragmentadas a causa, principalmente, del aprovechamiento agrícola que en los últimos años se ha venido dando, pero también al crecimiento industrial y a la construcción de grandes infraestructuras de comunicación. Esos fragmentos constituyen un conjunto de manchas de gran interés ambiental y espacial inmersas en una matriz de territorio de gran actividad humana que condiciona el desarrollo del conjunto, superponiendo los gradientes ambientales con los procesos de rejuvenecimiento y sucesión.
El Guadalentín también tuvo ojos. ¿Qué os creíais, que sólo el Guadiana los tuvo? No señor, estáis muy equivocados. Aunque no se hicieran tan famosos, los Ojos del Guadalentín existieron. Durante siglos abastecieron de agua las zonas más llanas y deprimidas de la zona central del Valle del Guadalentín. Los más optimistas cuentan que su número casi alcanzó la docena; en concreto hablan de que tal vez existieran un total de 11 "ojos", pero el gran investigador de la hidrogeología alhameña, Antonio Sánchez Pallarés (), refiere un total de siete en su publicación "100 años de estudios hidrogeológicos en la Huerta de Murcia y Valle del Guadalentín (1870-1970)". Tuvieron nombres tan sugerentes como "Ojo del Lobo", "del Judío", "Flotas", "Churrete", "Esparza", "del Lolo" o "Fray Pérez". Un octavo "ojo" conocido como "Salinas" es también citado por el mismo autor en otra de sus publicaciones, "Algunas pinceladas de Alhama de Murcia"; debió manar en mitad del paraje de La Calavera. En cualquier caso, todos ellos estuvieron ubicados en la margen izquierda del Guadalentín, casi siempre por encima de la Rambla de las Salinas, entre Las Flotas (los más al suroeste) y El Prado (los más al noreste). Otro singular "ojo" que no cita el profesor Sánchez pero que desempeñó un papel importante en la actividad agrícola y, sobre todo ganadera de la pedanía de La Costera, fue el "de La Mata". Su aprovechamiento agropecuario era tal que los antiguos trashumantes de ganado, aquellos que heredaron la tradición del Honrado Concejo de la Mesta, habían hecho pasar la llamada Vereda del Rabioso justo por este "ojo", pues era uno de los pocos abrevaderos que encontraban desde que salían con sus ganados del río Segura a la altura de Javalí Viejo camino del Campo de Cartagena atravesando todo el Valle del Guadalentín. La Mata era también el único nacimiento de este tipo que existía en la margen derecha del Guadalentín. Hoy, junto con el del Judío en Las Flotas (cerca del cual pasaba, por cierto, otra gran vía pecuaria, la del Cordel de Librilla a Lorca), son los últimos testigos físicos de la existencia de estos curiosos y valiosos afloramientos naturales de agua, ya que sólo de estos dos aún quedan sobre el terreno las hondonadas donde manaba y se estancaba. Más aún, junto al del Judío quedan aún algunos restos del partidor que daba salida a las aguas para regar las parcelas cercanas. Los otros dos "ojos" que nos faltan hasta completar los 11 de los que hablábamos al principio debieron ser dos pequeñas lagunas distribuidas por el paraje conocido como Las Flotas del Tío Cenizo, entre la Rambla de Las Salinas y el Río Guadalentín, más abajo del Ojo del Judío. Como curiosidad os contaremos que fue éste el último de los ojos en secarse. Tímidamente superó el verano de 1961 y ni con las lluvias de aquel otoño pudo volver a aflorar. Los "ojos del Guadalentín" murieron como consecuencia de la sobreexplotación de los acuíferos del valle, que hicieron bajar los niveles freáticos medios, hasta entonces a escasos centímetros de la superficie, hasta agotarlos. La desaparición de algunos de estos nacimientos fue más drástica: simplemente se roturaron y borraron de la faz de la tierra para asentar sobre ellos cultivos que más tarde se abandonarían por lo inadecuado del terreno dada su alta salinidad. La Sociedad Agrícola del Guadalentín, S.A., tuvo que ver mucho con estas pérdidas patrimoniales durante la década de los 50 del siglo pasado. Las aguas de todas estas surgencias no debieron ser aptas para el consumo humano tal como delatan sus análisis, que ponen de manifiesto la abundancia de sales sódicas y magnésicas y, en algunos casos, de sulfatos. Algunas se aprovecharon para riego, pero las más lo fueron para dar de beber al ganado como hemos referido antes. Una febril actividad humana giró en torno a estos pequeños enclaves, de la que hoy apenas si quedan recuerdos. Lo que tampoco puede escapar a nuestro conocimiento es la trascendental importancia ecológica que estos afloramientos tenían para el conjunto ambiental del valle del Guadalentín. En una zona llana y árida como ésta, de fuertes insolaciones y, en consecuencia, evaporaciones, estas pequeñas surgencias naturales de agua crearon una discontinuidad natural en forma de mosaico de zonas lacustres y saladar, soporte de una gran diversidad de fauna y flora hoy parcialmente desaparecida de estas localidades. La sobreexplotación del acuífero del Guadalentín desdibujó para siempre este escenario natural, no sólo con la desaparición de los "ojos", sino con la aparición de nuevos cultivos de regadío sobre zonas esteparias que, aún hoy, siguen amenazando algunos de los fragmentos que conforman los Saladares del Guadalentín. Vertidos de basuras, escombros o purines, uso de determinados pesticidas, el incremento de infraestructuras de todo tipo (terrestres, subterráneas y aéreas) o las maniobras militares y vuelos a motor, constituyen otras de las preocupaciones que incrementan la vulnerabilidad de este ecosistema. |
Son seis los enclaves más importantes que aún se conservan en aceptable estado: La Alcanara-Quebrada de Beatriz, Los Salares de Las Flotas, La Calavera-Rambla de las Salinas, Los Ventorrillos, La Ñorica (término de Totana) y el Río Guadalentín, del que nos ocuparemos más adelante. Todos estos sectores suman una superficie ligeramente superior a las 2.500 hectáreas, aunque en la actualidad tan sólo unas 550 ofrecen un óptimo estado de conservación.
Con una vegetación también esteparia
La vegetación de estas zonas es la típicamente esteparia, caracterizada por plantas de bajo porte en formaciones de matorral más o menos abierto, donde abundan las especies adaptadas a la salinidad del suelo. En estas estepas los elementos arbóreos escasean o incluso no están presentes, recreando paisajes que simulan lo que podría ser la transición hacia ecosistemas desérticos. Pero tras esta apariencia se esconde un complejo mosaico de comunidades vegetales adaptadas a las pequeñas diferencias que ofrecen los tipos de suelo o las formas del terreno, incluso a los ciclos estacionales. Las estepas del Guadalentín son, además, zonas de transición con una alta tasa de generación de nuevas especies y subespecies vegetales, es decir, con una alta capacidad de generar biodiversidad. Los Saladares del Guadalentín son refugio de rarezas de la flora europea donde destacan especies de claro origen oriental o africano (Irán, Mauritania, zonas subsaharianas, etc.). Hasta 12 comunidades vegetales diferentes se han caracterizado en este Paisaje Protegido, en las que figuran especies dominantes como almarjo, barrilla, albardín, salao, artemisia, siempreviva, carrizo o taray (la única especie semiarbórea natural en la zona). Para que te hagas una idea los inventarios de 1998 citaban un total de 226 especies diferentes de flora vascular. El caso del almarjo (Halocnemum strobilaceum) es, por ejemplo, uno de los más singulares. Se trata de una especie típica de suelos salinos, propia de Oriente Medio y norte de África, escasísima en Europa, pero que tiene en estos saladares su población más importante de todo el continente.
La normativa europea de protección de espacios naturales ha permitido identificar un total de 4 hábitats de interés comunitario diferentes, de los cuales 1 está considerado como prioritario.
Muchas de las especies autóctonas o naturalizadas de la zona han sido intensamente aprovechadas a lo largo de la historia. No en vano, los Saladares sirvieron para sostener una importante cabaña de ganado ovino y caprino y los carrizales aportaron importante material para la construcción o para algunas faenas agrícolas. Pero, sin lugar a dudas, han sido sosas y barrillas las especies que han dado a la zona uno de los usos más vinculados a los espacios esteparios de suelos salinos. Ambos grupos de plantas sirvieron durante siglos para la fabricación de jabón (de ahí el nombre de sosas “jaboneras”) y de vidrio.
Una fauna dominada por las aves
La fauna de la zona ofrece comunidades adaptadas a ecosistemas abiertos y carentes de arbolado, de matorrales bajos y relieves llanos. Es entonces el grupo de las aves el que mayores singularidades faunísticas ofrece en la zona. Entre ellas están especies típicamente esteparias, como sisón, ortega, alcaraván, aguilucho cenizo y carraca, todas ellas de tamaños similares o mayores que los de una paloma. Luego están un amplio conjunto de pequeñas aves, por lo general del grupo conocido como paseriformes, entre las que destacan por su importancia terrera marismeña y curruca tomillera. Aún a pesar de la protección de la zona especies como el sisón están viendo descender su población como consecuencia de la alteración de su principal zona de reproducción, La Alcanara. Otras como el aguilucho cenizo ya han dejado de reproducirse con normalidad en los Saladares, convirtiéndose en un ocasional visitante.
Los cuerpos de agua naturales y artificiales albergan interesantes poblaciones de aves acuáticas, entre las que destacan garza real, cigüeñuela, zampullín, polla de agua y cerceta pardilla.
Todo esto sin olvidar que la zona es utilizada por un buen número de artrópodos (insectos como el escarabajo Taenidia o arácnidos como la gran araña Argiope), anfibios como el sapo corredor, reptiles como la culebra bastarda o el galápago leproso y mamíferos como el erizo europeo, conejo, liebre, murciélago y zorro. En torno a los Saladares se están desarrollando en la actualidad importantes trabajos de recuperación del cernícalo primilla y de mejora del hábitat para favorecer la reproducción de la malvasía cabeciblanca.
Un territorio con 4 figuras de protección
Hasta comienzos de la década de los 80 del siglo pasado ésta fue una zona que mantuvo un significativo estado de conservación con reducido número de impactos ambientales directos. Para entonces estimamos que la superficie de saladar en óptimo estado de conservación debió superar las 3.500 hectáreas. Es a mediados de esa década con la puesta en marcha de los primeros nuevos regadíos del Trasvase Tajo-Segura y la construcción del Polígono Industrial "Las Salinas" cuando comienzan a tener importancia los primeros impactos medioambientales en la zona mediante roturaciones y cambios de uso del suelo. Luego siguieron grandes obras como la autovía del Mediterráneo, la aparición de vertederos de basuras y escombros o de balsas de purines, la realización de prácticas militares o la proliferación de grandes tendidos eléctricos, sin ignorar los planes urbanísticos previstos para la zona. Todo ello, unido a la gran carga contaminante que soporta el río Guadalentín, han configurado un espacio natural protegido que, curiosamente, presenta mayores índices de amenaza que de protección.
Aún a pesar de que el Plan de Ordenación de los Recursos Naturales (PORN) de los Saladares del Guadalentín, redactado pero aún no aprobado definitivamente, contempla un total de 2.659 hectáreas repartidas en cinco zonas con diferentes grados de protección y uso, sus procesos ecológicos no tienen garantizada su continuidad ante tantas presiones externas e internas. A buen seguro que esto tiene que ver con la percepción todavía muy extendida de que estas formaciones esteparias constituyen una etapa de degradación de los bosques que deberían cubrir la zona. Pero nada más alejado de la realidad histórica que alberga este lugar, en donde se ha podido demostrar que la vegetación natural más madura que es capaz de sostener son estos matorrales abiertos y adaptados a suelos salinos.
Los Saladares del Guadalentín, además de estar declarados como Paisaje Protegido por la normativa regional, cuentan también con las figuras de Zona de Especial Protección para las Aves (ZEPA) y Lugar de Importancia Comunitaria (LIC) otorgadas por la legislación europea. Además, La Alcanara está declarada como de Área de Protección de la Fauna Silvestre (APF). El Plan General Municipal de Ordenación (PGMO) de Alhama califica esta zona como suelo no urbanizable de protección específica (SNUPE).