Datos básicos |
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Parque Regional Sierra Espuña, el bosque histórico
“Sierra Espuña es célebre por sus delgadas aguas y por la abundancia de nieve, de la cual se surten Murcia, Cartagena, Oribuela, Lorca, Totana, Mazarron y Lebrilla”.
Pascual Madoz
Diccionario Geográfico-Estadístico-Histórico de España y sus posesiones
de ultramar
1850
La celebridad de Sierra Espuña siempre la ha acompañado. La historia ha deparado continuas referencias a este lugar, tanto en forma de asentamientos humanos prehistóricos, como de batallas por el control de los pasos fronterizos, de instalación de torres de vigilancia, o de aprovechamiento de sus numerosos recursos naturales. Madoz hizo referencia en 1850 a sus delgadas aguas (cada vez más escasas, por cierto) y su abundante nieve (cada vez menos abundante, como ya conocemos). Y aunque ni sus aguas ni sus nieves son en la actualidad el atractivo más potente dado su escasez, bien cierto es que el nombre de Espuña ha calado a lo largo de los últimos cien años en mucha gente, dentro y fuera del territorio murciano. Mas todo ello tiene que ver, de seguro, con su gran diversidad ambiental, sus paisajes, su historia, sus gentes y, sobre todo, la demanda de sus pinares para el ocio. Sierra Espuña es el emblema de la naturaleza regional, posiblemente el espacio natural más visitado y conocido de nuestra Región después del litoral.
Desde antiguo andamos estas montañas
Su historia es rica. Desde la Prehistoria existen restos que hablan de ella, de la intensa utilización que esta Sierra ha tenido. Desde el periodo conocido como eneolítico existen yacimientos tanto en el interior como en la periferia de esta montaña. Ahí están varias cuevas del interior del Parque, el Cabezo de La Bastida, declarado como Bien de Interés Cultural en 2005, el Cabezo Salaoso o el Alto de la Almoloya. Ahí están también las historias de pueblos antaño fortificados como Aledo, Pliego, Mula o Alhama, en algunos casos con yacimientos iberos, romanos o islámicos. Están también la colección de aldeas, caseríos, cortijadas, apriscos, etc. que desde hace más de 300 años han mantenido una población estable dentro de estas montañas. Nombres como El Berro, El Purgatorio, Santa Leocadia, Malvariche, Casas Nuevas, Las Labores, Leyva, Huerta Espuña y otros colmaron de actividad las laderas de esta Sierra. Y en mitad de ese proceso histórico dos grandes hitos que ya nadie puede ignorar: la existencia de los Pozos de la Nieve, cuyo origen se remonta al siglo XVI y que durante tres centurias introdujo en Sierra Espuña una frenética actividad económica, y las repoblaciones forestales de finales del XIX y comienzos del XX, las cuales crearon un antes y un después para la conservación de la diversidad ambiental y el manejo del ciclo hidrológico de estas montañas.
Más de 260 millones de años en sus rocas
Dicen los geólogos que “Sierra Espuña… es el engranaje esencial para conocer la historia geológica del sureste español”[1]. Y es que las rocas de Espuña son capaces de ofrecernos un recorrido por las eras de la formación de este planeta desde hace unos 260 millones de años (finales de la Era Primaria, en ese periodo conocido como Pérmico), hasta hace unos 5 (finales de la Era Terciaria, en el periodo llamado Plioceno). Más aún, pues los múltiples procesos erosivos que desde entonces para acá se han dado en este territorio siguen contando cosas de la historia geológica y geomorfológica de Sierra Espuña durante la Era Cuaternaria. Lo más curioso de este devenir tal vez sea el origen de estas montañas, cuyos territorios estuvieron situados allá en pleno centro del Mar Mediterráneo y, como consecuencia, del choque entre las placas africana y euroasiática, se desplazaron, plegaron y fracturaron más o menos donde hoy están. La mayoría de estos acontecimientos se produjeron bajo el mar, el cual dejó un extenso legado de historia marina en las formas de las rocas, los estratos o las especies fósiles que les acompañan.
[1] DESCUBRIR SIERRA ESPUÑA. 2004. Ángel Ortiz y Lázaro Giménez. Reportaje de Antonio del Ramo y Francisco Guillén.
Hoy podemos describir geológicamente Sierra Espuña haciendo referencia a la complejidad de su estructura, con rocas más antiguas sobre otras más modernas, donde destacan las calizas y dolomías del macizo central, mientras que los depósitos de argilitas, margas, areniscas y conglomerados se distribuyen principalmente por las estribaciones.
Un relieve espectacular
Tres estructuras geomorfológicas destacan en la zona asociadas a Sierra Espuña: el sistema kárstico de las cumbres, (zona de importante captación de aguas subterráneas a través de dolinas, simas y galerías, y con unas formas erosivas externas, el lapiaz, de gran atractivo), el inmenso glacis del Llano de las Cabras y los acarcavamientos de los Barrancos de Gebas. El relieve de la zona se caracteriza por una continua combinación de cumbres más o menos elevadas y profundos valles y barrancos. Entre las primeras destacan, por orden decreciente de altitud, el Morrón de Totana (1.585 m.), Pedro López (1.569 m.), Morra de Las Moscas (1.507 m.), Morrón de Alhama (1.444), Peña Apartada (1.406) y Cejo de Valdecanales (que ¿cuál es éste?, pues las modernas Paredes de Leyva, con 1.326 m. en la Morra de Juan Alonso). Entre los segundos destacan el Barranco de Malvariche (luego Río Pliego), el de la Hoz, el de Valdelaparra (más abajo Rambla de Algeciras), y el de Enmedio, o los Valles del Río Espuña (Rambla de Los Molinos) o del Leyva. Las aguas superficiales son escasas en Sierra Espuña. En la actualidad tan sólo algunos tramos del Río Espuña y los barrancos de Enmedio, Malvariche, Leyva, la Hoz y Valdelaparra presentan afloramientos intermitentes. El inventario de manantiales de 1994 los cifró en 43, de los cuales destacamos nombres como Fuente Blanca, Hilo, Sol, La Sufrida, La Portuguesa, Perona, Carrasca, Bermeja o Cequicas.
Una isla de humedad
En cuanto al clima ya destacamos la consideración que a escala regional tiene Sierra Espuña como isla climática de humedad. Una temperatura media anual por debajo de los 14 °C y una pluviometría que en la zona alta supera los 500 litros/año, contrastan sobradamente con los 18 °C y los escasos 300 litros del valle del Guadalentín. De ahí que el clima mediterráneo que caracteriza a toda la Región, aquí presente desde el subtipo árido al subhúmedo.
Más de un tercio de la flora murciana
Entre su vegetación destacan los bosques de pinar y los extensos matorrales desarbolados, en los que abundan romero, tomillo, esparto, espino negro, jara, enebro, coscoja y lentisco. Los carrascales y robledales se reducen a pequeñas manchas en zonas de exposición protegida. Las zonas más húmedas, como barrancos y ramblas, presentan una vegetación compuesta por junco, carrizo, baladre, madreselva, zarzaparrilla y rosal silvestre, además de árboles como olmo, álamo y chopo y, en algunas zonas, fresno. En algunos cursos permanentes de agua las zonas de salpicadura cuentan con abundantes ejemplares de culantrillo de pozo y alfileres. En las cumbres destacan los piornales, con especies de porte almohadillado, como el culo de monja, piorno amarillo y piorno blanco. Aquí abundan la sabina negra y el enebro. Los roquedos ofrecen especies como el ombligo de Venus, zapaticos de la virgen, clavel silvestre o hiedra, así como diversas especies de helechos entre los que destacan polipodio, doradilla y culantrillo menor. Por último, la Sierra presenta diversos enclaves con cultivos. El secano ocupa su mayor superficie, con especies como el almendro, el olivo y algunos cereales. Las zonas de huerta tradicional se ubican (se ubicaban, habría que decir, pues están en franca regresión) en los alrededores de los escasos manantiales o en los pueblos de la periferia de la Sierra.
Sierra Espuña cuenta con 15 hábitats de interés comunitario, de los cuales 3 están considerados como prioritarios (praderas de suelos calizos cársticos, herbazales de lastón y sabinares). Destacan también los carrascales, los matorrales termófilos, los enebrales y los brezales de alta montaña.
El inventario florístico de Sierra Espuña ofrece nada menos que 939 especies y subespecies diferentes, alrededor del 36% de toda la flora murciana.
La historia de un bosque recuperado
Tras la reconquista de los territorios peninsulares ocupados por los árabes, el sur de España fue paulatinamente recolonizado por las poblaciones cristianas. El siglo XVI fue decisivo en este proceso y con él empezaron a prodigarse por todo el entorno de Espuña y más tarde por su interior, los asentamientos humanos y sus consiguientes aprovechamientos de los recursos que el monte albergaba. De hecho, está documentado cómo a comienzos del siglo XVI ya había actividad agrícola en Prado Mayor. Sus abundantes aguas y una fértil tierra en alta montaña permiten el aprovechamiento agrícola y ganadero de la zona. Se elimina bosque para ganar terrenos para estas actividades y, por supuesto, para aprovechar sus maderas y otros recursos para la construcción, fabricación de utillajes, energía, etc. También en el siglo XVI la zona alta de Espuña se puebla de una fervorosa actividad económica: la construcción de pozos para albergar nieve y convertirla en hielo. Fruto de aquella actividad ubicada a más de 1.300 metros de altitud hoy este Parque Regional cuenta con nada menos que 26 Pozos de Nieve, el mayor complejo de toda la ribera mediterránea. Esta actividad alcanza su auge durante los siglos XVII y XVIII, se mantiene durante todo el XIX y desaparece definitivamente tras la Guerra Civil española. Grandes superficies culminales sufren la eliminación de arbolado y matorral para acumular nieve, además de para cultivar alimentos y gestionar ganados que permitan alimentar a sus trabajadores.
Pero el aprovechamiento del monte se incrementa hacia mediados del siglo XVIII cuando los montes de Espuña, como los de la práctica totalidad de la Región de Murcia, pasan manos de la Marina. La monarquía borbónica emprende entonces una amplia carrera hacia el rearme de navíos de guerra y aprovecha los bosques de la zona con intensidad. La población crece por el interior y la periferia de sierra Espuña y otro tanto sucede con su aprovechamiento para extraer madera, hacer leña y carbonear. Con estos antecedentes a comienzos del siglo XIX la sierra ya empieza mostrar importantes síntomas de deforestación y, con ella, de erosión.
Por si faltaba algo la depauperada economía de las arcas públicas puso en marcha a mediados de ese siglo el proceso de desamortización de numerosas zonas de monte de carácter comunal. Son las conocidas leyes desamortizadoras de Mendizábal, Espartero y Madoz. Grandes fincas forestales pasan a manos privadas y con ello se pierde el interés social de los bosques. Ya no abastecen de madera, leña, carbón, pastos y caza a los vecinos de los pueblos y comarcas. Ahora son explotaciones utilizadas por los grandes propietarios y muchas de ellas terminan por rematar el bosque aún existente. Aunque en sierra Espuña se salvaron importantes superficies de ese proceso otras sufrieron sus consecuencias.
A finales del siglo XIX los montes de Espuña presentan un suelo desnudo, desprovisto de vegetación arbórea y arbustiva de mediano porte y con importantes procesos erosivos. Las lluvias torrenciales acaecidas durante la segunda mitad de ese siglo provocan importantes avenidas y considerables daños en las zonas bajas e incluso la pérdida de algunas vidas humanas. Hasta que en 1879 se produce la famosa riada de Santa Teresa. Mueren 761 personas entre Lorca y Murcia y las pérdidas son tan ingentes que la noticia alcanza el ámbito europeo. La alarma social que desencadena esta catástrofe natural provoca que en 1888 se cree la Comisión de Repoblación de la Cuenca del Segura y en 1891 se inicien en sierra Espuña los trabajos hidrológico-forestales que durante 13 años hicieron posible la restauración de la cubierta vegetal de 5.000 hectáreas de superficie. Tres ilustres ingenieros de montes se encargan de dirigir las inversiones que hicieron posible la recuperación del bosque perdido. Se trata de José Musso, Juan Ángel de Madariaga y Ricardo Codorníu. Sus nombres están vinculados para siempre a la historia del bosque de sierra Espuña, aunque fue el último quien, por su gran labor divulgadora, más trascendió y mayor prestigio tiene en la actualidad. Más cientos de obreros de todo tipo y procedencia trabajaron incansablemente para legarnos el impresionante bosque que hoy mantiene sierra Espuña y constituye uno de sus mayores valores patrimoniales.
Casi 200 especies de fauna vertebrada
Esta gran diversidad biológica en forma de elementos vegetales cuenta también con una importante riqueza en forma de fauna. El inventario faunístico del Parque habla de un total de 192 vertebrados, de los cuales 8 son anfibios, 18 reptiles, 123 aves y 43 mamíferos. Y por primera vez en muchos años podemos ofrecer una primera cifra de fauna invertebrada, que no es ni mucho menos definitiva, pues quedan muchos ámbitos por investigar, pero que dan una gran pista de la riqueza animal de la zona. Hablamos ahora de 606 animales invertebrados, principalmente mariposas y escarabajos, los dos grupos más y mejor estudiados.
Los pinares son el lugar elegido por especies como azor, busardo ratonero, cárabo común, búho real, pito real, carbonero garrapinos, piquituerto y currucas. Como también los prefieren la ardilla de Espuña, una subespecie exclusiva de este Parque ahora en estudio, o el jabalí, gineta, garduña, comadreja, tejón, musarañas común y etrusca y zorro. Los matorrales arbolados son el lugar elegido por la perdiz roja, mientras que los esteparios del Llano de las Cabras cuentan con algunas poblaciones (cada vez más reducidas) de alondra de Dupont y de alcaraván. Culebra bastarda y lagartija colilarga son algunos usuarios habituales pinares y matorrales, como también las mariposas bereber y vanesa y numerosos saltamontes.
Barrancos y otras zonas más o menos húmedas son hábitats preferentes de anfibios como rana común, sapo común, sapo corredor y la escasa, aunque preciosa, salamandra común. En los cursos bajos se puede encontrar algún galápago leproso. A menudo, algunos de los caños con agua permiten contemplar a la culebra de ídem. Las zonas con encharcamientos o cursos de agua permanente cuentan con importantes invertebrados como el nadador de espaldas, zapatero, escorpión acuático y varias especies de libélula y caballito del diablo.
Los roquedos son el referente de especies como halcón peregrino, vencejo real, avión roquero, cuervo y grajilla. Cuando los roquedos están enclavados en zonas de abundante matorral suelen ser visitados por collalba negra, roquero solitario o colirrojo tizón, además de contar con colonias de murciélago y ser uno de los lugares preferidos por la lagartija ibérica.
Las zonas de cumbre es el hábitat elegido por el águila real, también por halcón común y córvidos como cuervo, grajilla y chova piquirroja. Las praderas culminales permiten observar los montoncitos de tierra de un especialista en la vida subterránea, el topo. Mientras que del gato montés es difícil observar casi todo, incluso sus huellas pues huye del barro. Entretanto, del arrui o muflón del Atlas se puede observar casi de todo, desde su cuerpo hasta los destrozos que infringe en la vegetación cuando se alimenta en épocas de escasez, que cada vez son más y más largas. Los matorrales de la zona alta son buen refugio de la víbora hocicuda y de algunos endemismos espunenses como las mariposas Aricia morronensis y Chersotis margaritacea subs. espunensis.
Por último, las zonas de cultivo son hábitats muy visitados por rapaces como el cernícalo vulgar o el mochuelo común, como también lo son por la lavandera blanca, el gorrión común, el avión común y la golondrina común (todo común, sí señor). Los secanos abiertos son constantemente utilizados por la cogujada común, inconfundible por su cresta, casi tanto como la incansable urraca o la amariposada abubilla. En reptiles son las salamanquesas común y rosada los más abundantes, mientras que en mamíferos cuentan estas zonas con conejo, liebre, topillo común, ratón de campo y erizo común. Mariposas como la de la col o la macaón, además de diversas especies de saltamontes, coleópteros y otros invertebrados gustan de este ambiente.
Tradición conservacionista
Los primeros referentes de la conservación legal de estas montañas se remontan nada menos que al año 1917, cuando Sierra Espuña fue incluida en el Catálogo Nacional de Espacios Naturales y se barajó la posibilidad de que fuese declarada como ¡Parque Nacional!, a la par que Ordesa, por ejemplo. Aunque aquella iniciativa no prosperó hay que reconocer que buena parte de sus posibilidades descansaban en las archifamosas repoblaciones forestales que comenzaron en 1891 y acabaron hacia 1903 y con las que el ingeniero de montes Ricardo Codorníu tuvo mucho que ver.
Aquel fue un fabuloso precedente para que en 1931 se declarasen 5.084 has. de Sierra Espuña como “Sitio Natural de Interés Nacional” y “Parque Natural” (9.961 has.) algunos años más tarde, en 1978. No fue hasta 1992 cuando se amplió su superficie hasta las 17.804 hectáreas actuales y adquirió la figura de “Parque Regional”, la de más alto nivel en la normativa murciana.
Pero ahí no acaba todo. Desde 1998 está incluida en la Red Natura 2000, la Red Europea de Espacios Naturales, y desde entonces es además “Zona de Especial Protección para las Aves”, principalmente por sus poblaciones de águila real (Aquila chrysaetos) y búho real (Bubo bubo). Pero además, desde julio de 2000 está incluida en el listado de “Lugares de Interés Comunitario” de la Unión Europea. ¿Quién da más?
Bien, pues el Plan General Municipal de Ordenación (PGMO) de Alhama declara la parte de Sierra Espuña integrada en su término municipal como suelo no urbanizable de protección específica (SNUPE).
Por si fuera poco en 2002 se incorporó al Sistema de Calidad Turística Española en Espacios Naturales, en 2003 al Sistema Español de Certificación Forestal (PEFC) y en 2006 al de Gestión Forestal Sostenible (GFS). En 2012 el Parque consiguió el certificado conocido como Carta Europea de Turismo Sostenible (CETS) para el periodo 2012-2017.
Y es que no podemos olvidar lo que en este Parque Regional pesan ya no sólo sus valores geológicos, geomorfológicos, botánicos, zoológicos o paisajísticos, sino también los arqueológicos, históricos, culturales o etnográficos.