1. ALHAMA Y LOS FAJARDO
Si exceptuamos el señorío de Villena, que hizo valer su prepotencia durante toda la Edad Media, el resto de señoríos del reino de Murcia tuvieron un carácter más bien secundario; entre éstos estaba el de los Fajardo. Su formación se inicia a finales del siglo XIV, pero debido a la tenacidad y afán de poder de la familia alcanza su máximo esplendor durante la época de Reyes Católicos y en toda la centuria del quinientos.
El primer personaje de esta saga familiar es Alonso Yáñez Fajardo I, adelantado mayor del reino de Murcia, el cual, mediante compra al de Villena, adquiere en 1381 Librilla, en 1387 por concesión real la villa de Alhama, incluyendo los baños y el castillo. Alfonso Yáñez Fajardo II adquiere la villa de Molina la Seca de su hermano Juan Alonso Fajardo. En 1430 Juan II le otorga el dominio de la villa de Mula. Pedro Fajardo, hijo y sucesor del anterior, recibe en 1466, de Enrique IV, Cartagena y el título de conde de esa ciudad. Don Juan Chacón (1483-1503), casado con la heredera de los Fajardo, doña Luisa, a la muerte de su suegro hereda el Adelantamiento y se compromete a mantener el apellido Fajardo para sus sucesores.
El primer marqués de los Vélez será don Pedro Fajardo (1503-1521). Se educó don Pedro en la corte de los Reyes Católicos; en 1503 la reina Isabel le permuta su señorío sobre Cartagena por el de Vélez-Blanco y Vélez-Rubio, añadiéndole el título de marqués de los Vélez con grandeza de España. Intervino, además, en la guerra de germanías en Valencia.
Los Fajardo reciben con la jurisdicción el derecho sobre los castillos, núcleos rurales, prados, pastos, ganadería, recursos forestales, minas, percepción de impuestos. Sus poderes abarcan administración de justicia en los ámbitos civil y criminal. Se les escapa la alcabala y la explotación de minas de oro y plata, que son para beneficio exclusivo de la corona. Supone, en definitiva, una transferencia de los derechos reales sobre el pueblo; no obstante, conforme fue avanzando el proceso de centralización monárquica y la transferencia de ciertas prerrogativas a los municipios en la época dorada del poder municipal, unido ésto al absentismo de los señores de los dominios, el control señorial se fue relajando y los municipios fueron detrayendo en su beneficio algunas prebendas y gabelas que antes pagaban al señor. Es por lo que llegando a finales del siglo XVI, si exceptuamos la alienación de las alcabalas y tercias, el señorío aportaba poco a su titular.
Aprovechando la coyuntura del fracaso de las comunidades y para recuperarse de sus fracasos en Mula, el Marqués de los Vélez intenta aumentar su peso sobre esta pequeña comunidad campesina imponiéndole antiguos derechos similares a los solariegos.
En consecuencia, le correspondía al señor nombrar jueces, alcaldes y demás oficiales y reservarse las tasas judiciales y derechos sobre nombramientos de cargos. Ejercía además el dominio solariego, por el que le correspondían:
a.- El arriendo sobre casas y fincas de su propiedad dadas a colonos y aparceros.
b.- Los cánones satisfechos por los poseedores del dominio útil de heredades sujetas a censo temporal o perpetuo.
2. LA SOCIEDAD ALHAMEÑA
La sociedad alhameña durante los siglos XVI y XVII se va a conformar sobre una economía eminentemente agrícola y una incipiente industria. En torno a una oligarquía de pequeños propietarios, cada vez más poderosa y que van acaparando, además de tierra y agua, los cargos más representativos del cabildo en los que se perpetúa, pulula una variopinta masa social de aparceros, campesinos y asalariados libres entre los que han desaparecido los mudéjares y los que se diluyen unas cuantas familias de moriscos, algunos de ellos esclavos, como más adelante veremos. El poder civil y el religioso se sitúan de manera preeminente en la sociedad alhameña al igual que el resto de los reinos; el clero comienza a controlar de forma férrea la vida alhameña su control se manifiesta en las propiedades en tierras, en derechos de agua, en los diezmos y en el control ideológico y de las mentalidades.
Tres son los casos de actuación de la Inquisición que nos narra Juan Blázquez y aunque algunos de ellos tienen lugar a principios del siglo XVIII, por su interés y curiosidad los recogemos a continuación:
En 1634 se procesa a Juana García, esposa de Alonso Hernández, vecina de Alhama, de 30 años de edad. Con sus oraciones era capaz de apaciguar la cólera de algunos hombres, como ocurrió con cierta joven que quedó embarazada. El tribunal del Santo Oficio la condenó muy levemente, ya que sólo fue reprendida y advertida.
En la misma fecha, uno de los casos más famosos fue el de Ana de Robles, viuda de Alonso García, cazador de lobos, vecina de Alhama, de 49 años de edad. Poseía amuletos ocultos destacando bajo el colchón dos velas y un Cristo crucificado, vuelto el rostro hacia abajo y una bola de cera atravesada por un cordel. A ella recurrió un hombre que lo primero que hizo al terminar la ceremonia fue denunciarla al Santo Oficio, que se limitó a advertirla gravemente.
En 1737, Juan Ibáñez, hijo de mora y vecino de Alhama, es juzgado porque su conducta erótica tenía escandalizada a la localidad, persiguiendo a las mujeres que se cruzaban con él.
Terminada la hipoteca militar en los territorios del reino de Murcia y vuelta una relativa calma, el crecimiento en todos los aspectos va a caracterizar el siglo XVI murciano. En consecuencia, a partir de 1500, los murcianos pueden salir de sus murallas y de su frontera militar que se convierte en frente de población.
Ciertamente son escasos los datos de población que poseemos; incluso los censos y padrones de población durante los siglos XVI y XVII son poco fiables, pero lo que importa no es tanto la exactitud de las cifras como el sentido de la evolución.
Según los censos conocidos y los datos que hemos recabado en las diferentes fuentes consultadas podemos establecer la evolución de la población alhameña como sigue. En primer lugar recogemos las cifras de los censos estudiados por Gutiérrez Nieto en los que se aprecia el crecimiento de la población alhameña de 432 habitantes en 1530 a 1.200 en el año 1620.
Para el año 1635, hemos podido establecer una población de 319 vecinos, que se censan para confeccionar un expediente de compra, por parte del municipio, de la jurisdicción civil y criminal de la villa al rey. Esa cifra comprende, según el mencionado documento: “48 viudos, sacerdotes y otras mujeres doncellas y beatas”; concluyendo que la población alhameña para ese año era de, aproximadamente, 271 vecinos, que suponen unas 1.084 personas; más 48 dan un total de 1.132.
Alhama de Murcia vive económicamente, durante el período que estudiamos, en torno al ciclo agrícola, que se completa con ingresos de otras actividades, entre los paréntesis que la actividad agrícola permite; así, pues, el trabajo de los alhameños del momento podría girar, a lo largo del año, en torno al cuidado de viñas y cogida de hoja de morera en marzo; la cosecha de la cebada y crianza del gusano de seda en abril-junio; recolección de cebada y trigo en los meses de junio-julio; las ferias en Septiembre-octubre junto con la vendimia y la recogida de la oliva y el trabajo de almacenamiento y transporte de la nieve de Sierra Espuña durante los meses de diciembre y enero. De manera complementaria, durante períodos cortos se recoge leña y atocha para carboneo.
3. LA ECONOMÍA ALHAMEÑA
No obstante, la escasez de agua debida a coyunturas climáticas, los alhameños logran sacar importantes rendimientos del secano. Alhama entra en el segundo cuarto del siglo XVI con una sequía que amenazó despoblar la villa (siete años sin la lluvia precisa); incluso en el pueblo cercano de Librilla en 1530 “el agua que tenía para regar se les secó”. La importancia de ésto se aprecia en el pleito que en 1589 mantienen en la Chancillería de Granada los vecinos de Alhama y su señor el marqués de los Vélez por causa de la propiedad “de las aguas de las fuentes de Sierra Espuña”; lo que se manifiesta en el siguiente documento, que nos ubica, por cierto, en uno de los parajes más populares para los alhameños, la balsa de Espuña y los molinos, desde la que continúa hasta nuestra villa la acequia de Espuña:
“Rodrigo de Ballesta, mayordomo de las aguas de las fuentes de Espuña y de las demás que hay en el término de esta ciudad, en nombre de los vecinos y de los herederos de las fuentes y riego, dice que las traen con diversas obras a las huertas desde las sierras de Espuña, y como a veces suelen ir en disminución tiene hecho un estanque, y debajo del estanque el Marqués de los Vélez tiene un molino”.
Esta “huida hacia delante” tiene consecuencias espectaculares, alcanzando Alhama en esta época un crecimiento del 150 %. Nunca se había producido tanta seda en Murcia, ni se había exportado tanta lana desde Cartagena como a finales del siglo XVI; ese dinamismo explica el encono persistente entre señores y pequeños propietarios por la posesión de las tierras comunales para su arrendamiento como pastos; en el fondo, al menos creemos nosotros, esa es la razón última de que el marqués cejase en sus intentos reivindicativos tras las desfavorables primeras sentencias, cuando consigue varios millares de hierbas para su utilización como pastos. Y también explica los continuos pleitos por las mojoneras entre Alhama, Totana, Aledo y Mula.